martes, 11 de marzo de 2014

El crepúsculo de los ídolos

El crepúsculo de los ídolos (resumen)






El crepúsculo de los ídolos, o cómo se filosofa con el martillo (1889) es una de sus últimas obras que escribe antes de perder su lucidez. El titulo parodia el título de la obra de Wagner “El crepúsculo de los dioses”. Siguiendo las tres metamorfosis anunciadas en Zaratustra, equivale al león que rompe, pisotea y destruye todos los valores establecidos. Ruge contra la filosofía kantiana y contra el cristianismo que corrompen al individuo. Pero también ruge contra la ideología nacionalista alemana. Nietzsche pretende derribar a martillazos las estructuras en las que los falsos ídolos se levantan, para eliminar el envenenamiento y la calumnia a la que la moral ha sometido al ser humano y que ha debilitado sus instintos.

Tras su muerte el 25 de agosto de 1900 en Weimar, su hermana Elisabeth, quien se casa con el nacionalista prusiano Föster, manipula su obra, destacando aquellos aspectos que luego serían reivindicados por los nazis.

Un primer apartado nos ofrece cuarenta y cuatro breves y brillantes aforismos. Nietzsche ejercita su puntería contra la mujer, el Reich alemán, el filósofo, la moral, el arte, la ciencia: todos quedan tocados.

El segundo apartado es una monografía acerca de Sócrates. Nietzsche vuelve aquí a su primera época: «el problema Sócrates» tema central de El nacimiento de la tragedia, es sometido una vez más a examen. Sócrates fue un plebeyo, nos dice Nietzsche; fue, además, feo; y por tanto, un criminal; en suma: un enfermo, un decadente. Sus instintos se disgregaban. Y la medicina inventada por él para combatir el mal (la dialéctica, la racionalidad) no fue, a su vez, otra cosa que un síntoma de la dolencia que le corroía. Y Sócrates quiso morir, esto es: se suicidó por manos de los jueces  atenienses.

El apartado tercero, «La razón en la filosofía», es central en esta obra. La idiosincrasia del filósofo se resume en esto: en su odio a la noción misma de devenir y, en consecuencia, en su odio a la vida. La filosofía anterior (con la excepción de Heráclito) ha sido obra del resentimiento. La razón en filosofía es la causa de que nosotros falsifiquemos el testimonio de los sentidos. Nietzsche acaba este apartado con cuatro tesis, en las que resume toda su metafísica.

El quinto apartado es un ataque frontal a la «moral» en todas sus formas, desde el Nuevo Testamento hasta Schopenhauer. En lo relativo a la moral cristiana defiende que la Iglesia postula la más estúpida y ridícula medicina espiritual; no pregunta jamás cómo embellecer un apetito, simplemente lo extirpa. Es como si un medico extrajera los dientes para evitar que éstos duelan. Este modo de proceder parte de gente que, o bien son demasiados débiles, o bien están demasiado degenerados como para luchar contra un apetito e imponerle moderación. La moral cristiana es un conjunto de leyes y doctrinas que castran la vida del hombre y lo convierte en enfermo.

Pero no sólo la moral cristiana es contranatural, casi todas las morales se empeñan en perseguir aquello que precisamente debe ser fundamento de una moral sana; los instintos. No hay que ampararse en códigos absurdos que declaren valores superiores, pues, eso es una negación de la realidad. Establecer normas, es situarse por encima de la vida y negar que sea la vida misma la que realmente valora a través de nosotros.

En el sexto apartado titulado Los cuatro grandes errores, son cuatro errores psicológicos que tienen graves consecuencias morales.

El primero es confundir la causa con la consecuencia. Tanto la religión como la moral te dictan lo que debes y no debes hacer para lograr ser feliz, confunden la causa con la consecuencia; es más bien al revés, si eres feliz serás virtuoso. Todo lo bueno es instintivo y, por tanto, necesario. Mientras que todo lo malo es consecuencia de una degeneración de los instintos. Así, pues, no se trata de que seas malo porque no cumples los mandamientos de una determinada religión, al contrario. Tu debilidad reside en no seguir tus propios instintos y seguir una moral que crea valores “superiores”.

El segundo error es creer en una causalidad falsa. Siempre hemos creído que nosotros mismos éramos causa de nuestra voluntad, o que las causas de una acción habría que buscarla en nuestra conciencia. Incluso que el yo era causa del pensamiento. No obstante, todas estas afirmaciones son resultado de una causalidad falsa que parte de la creencia de que nuestras acciones son libres.

El tercer error es el de las causas imaginarias. El ser humano necesita buscar causas que expliquen su estado de ánimo en un determinado momento. No obstante, no ahondamos en las causas que explican por qué nos encontramos mal o bien, recurrimos a un proceso mucho más fácil; recordar estados anteriores semejantes y sus causas aparentes. Con ello lo que logramos no es averiguar las causas últimas, sino establecer correlaciones como si fueran causas. Y ello se debe a que es más reconfortante reducir algo desconocido (la causa real) a algo conocido (el recuerdo de una situación similar). Es decir, el miedo a lo desconocido nos impide indagar realmente sobre las causas que nos produce un estado de ánimo. Así sólo logramos crear causas imaginarias. La Iglesia y las morales se nutren de este error;

El último error aludido es el error de la voluntad libre. La idea de una voluntad libre nace de la demanda de los teólogos de buscar culpables y castigarlos. Sólo se es libre para poder así responsabilizar a la humanidad. Los sacerdotes culpan y castigan para dominar.

El apartado séptimo, dedicado a aquellos que ven su misión en «mejorar» a la humanidad constituye una ejemplificación concreta de lo que significa la moral corno contranaturaleza. La mejora perseguida por la moral y la religión ha consistido siempre en poner enfermos a los hombres, en debilitarlos, en castrarlos.

Lo que viene a continuación es como un «segundo libro», con otros temas y con otro tratamiento. Hasta ahora Nietzsche se ha mantenido en un tono más bien teórico, discursivo. Ahora llega el instante de las confesiones, incluso de la autobiografía.

«Lo que los alemanes están perdiendo» (apartado octavo) es la sección más melancólica de todo el libro. Nietzsche echa una mirada a su patria; la amargura que ésta le produce no le un pide ser justo. En pocas líneas traza Nietzsche uno de los mejores elogios de Alemania escritos nunca. Alemania tiene virtudes más viriles que las que ningún otro país de Europa puede exhibir. Mucho buen humor y mucho respeto de sí, mucha seguridad en el trato, en la reciprocidad de los deberes, mucha laboriosidad, mucha constancia. Y una moderación hereditaria, que más que del freno necesita del acicate. Añado que allí todavía se obedece sin que el obedecer humille... Y nadie desprecia a su adversario...» Pero Alemania ha elegido, a partir de 1871, una vía equivocada: quiere dedicarse a la «gran política», quiere tener poder sin darse cuenta de que el poder vuelve estúpidos a los hombres. Y así la chabacanería, piensa Nietzsche, está anegando a su país. Este apartado contiene, en su sección final, un penetrante estudio sobre lo que debe ser la educación; aquí resume Nietzsche toda su experiencia de profesor. La educación se define por estas tres tareas: aprender a ver; aprender a pensar; aprender a hablar y a escribir.

El largo apartado titulado «Incursiones de un intempestivo», que es el penúltimo y que ocupa por sí solo más de una tercera parte de toda la obra, es un verdadero ajuste de cuentas. Encontramos aquí al Nietzsche irónico, travieso, malévolo, en sunta: al Nietzsche sarcástico. Nietzsche se ensaña con los novelistas franceses del momento. De repente, una breve parada (el § 10): Nietzsche vuelve tos ojos a su primera obra, a sus conceptos de lo «dionisíaco» y de lo «apolíneo». Pero en seguida toma de nuevo el látigo, y las victimas son Carlyle, Darwin, Kant, etc. Una última confrontación con Schopenhauer, su “educador” en los años jóvenes, va seguida de ataques al arte por el arte, de una equiparación entre el cristiano y el anarquista, de una crítica de la moral de la decadencia, de una crítica de la modernidad, de un examen de la cuestión obrera, de una exposición de su concepto del genio, de un inquietante análisis del tipo del criminal, para terminar en un panegírico de Goethe: “Goethe es el último alemán por el que yo tengo respeto”.

El apartado final es un fragmento de autobiografía que preludia el Ecce homo. Nietzsche hace la historia de sus estudios, ofrece una enumeración de sus modelos, ataca a Platón, y pone en la picota a los filólogos clásicos

Si desde el punto de vista del contenido este libro aborda la totalidad de los problemas estudiados por Nietzsche, también desde el punto de vista de ¡a forma es un muestrario completo de los «estilos». Tenemos la sentencia breve y el desarrollo minucioso de un tema en varios apartados, tenemos el aforismo y el asalto repetido a una misma cuestión desde diversas perspectivas.

Con razón fue esta obra la primera que adquirió notoriedad e hizo famoso a su autor.





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